
Las artes de este genio de la palabra son evidentes. Como gran mago que es, hace que el personal mire hacia otro lado cuando oculta sus carencias, sacando de su chistera la persecución que sufre por los árbitros españoles, que siempre le hacen jugar con uno menos ante el Barça, o provoca un enfrentamiento con la prensa en plan pueril pataleta para lograr su gran objetivo: que nadie hable del aburrido e insulso juego de su equipo.
Ayer dejó bien claras sus intenciones desde el principio: deja a Özil, su mejor jugador, en el banquillo, y tras tres minutos de espejismo colectivo, en el cual el Madrid parecía que iba a presionar arriba y le iba a jugar de tú a tú al Barça, se replegó para poner el autobús en su portería, como hacen los equipos que pelean por no descender, y a esperar que en alguna contra puedan sorprender. Regaló la pelota al Barça, y éste se dedicó a hacer su juego de siempre, de uno-dos toques, de triangulación, de búsqueda sin prisa pero sin pausa de algún resquicio en la defensa rival.
El Barça pecó de conformismo. Ante un rival menor, no supo terminar de hincarle el diente, y eso ante el Madrid se paga. Porque el orgullo de sus jugadores es innegable, y es quizás lo que les mantiene a flote. El Barça no remató la faena y al final se fue con la sensación de no haber hecho los deberes.
El problema para los aficionados del Madrid vendrá cuando alguien cuente hasta tres y chasquee los dedos, y sean conscientes del daño que un par de portugueses están haciendo con una institución centenaria, respetada y querida en medio mundo, y se den cuenta de que todo ha sido un espejismo, que son segundos en una liga de dos equipos a ocho puntos del primero.
Por supuesto que no, todo tuyo.
ResponderEliminar