viernes, 28 de mayo de 2010

Mi experiencia en el dentista (III)

1ª Parte - 2ª Parte
Ya no había marcha atrás. Aunque hubiera querido, mi boca estaba la pobre ya en las últimas, con huecos visibles y con dientes deseando separarse de mi cuerpo. Tuve que superar todos mis miedos el primer día que fui a iniciar el tratamiento. Afortunadamente, recuerdo que llegué unos minutos tarde porque acababa de terminar la semifinal del torneo de baloncesto de los Juegos Olímpicos de Pekín que clasificaba a España para la final, por lo que llegaba en un estado casi de euforia. Tras hacerme un molde para la dentadura provisional, procedieron a extraerme los dientes afectados, un día los de la parte de arriba, y una semana después los 4 que me quitaron de abajo. Tengo que reconocer que probablemente fue mi peor experiencia...infinitos pinchazos de anestesia, muelas que se resistían a abandonarme...y lo peor de todo, el cosido final, con mi boca a la que ya no le hacían efecto nuevas dosis de anestesia. Fueron dos largas horas bastante duras, pero había que pasar por ello...

Tuve que acostumbrarme a llevar un pedazo de plástico con forma de dentadura provisional durante largos meses, un postizo que era más bien estético, porque en la práctica resultaba casi imposible masticar con él. Pero lo bueno es que no me notaba diferente de aspecto, y creo que la gente que me rodea tampoco, por lo que no me costó hacer una vida normal, cuyas variantes con mi vida anterior se ceñían al tipo de comida a ingerir, todo blandito, ya que comía sin la prótesis. De todas formas,e s curioso lo que se puede llegar a masticar sin piños. Poco a poco fui incorporando nuevos alimentos, y salvo carnes rojas y algún que otro alimento imposible de tragar sin desmenuzarlo bien, llegué a comer de todo.

La siguiente fase fue la colocación de los implantes. Aquello sí que me acojonó un poco, porque el dentista se refería a ello como "intervención quirúrgica", y yo no había pisado jamás un quirófano. Pero todo fue de maravilla. Salvando el miedo que me dio entrar a una sala con los doctores y enfermeras con batas y gorros verdes, todo lo demás fue bastante bien. Ni siquiera la anestesia me molestó tanto como otras veces. Lo peor: dos horas con la boca abierta, que acabas agotado. Impresiona, eso sí, oir cómo te taladran el hueso, que tienes la sensación que te están metiendo en la boca una broca del 12, cuando en realidad el instrumental es enano. Es curioso, de todas formas, cómo puedes llegar a controlar mentalmente tus miedos. Recuerdo que ese día fui convencido de que todo lo que me iban a hacer era en beneficio mío, por lo que no tenía que pasar miedo, y sabía que estaba en buenas manos. Y salí tan relajado que hasta el propio cirujano se quedó anonadado. En dos horitas, 9 implantes de titanio se hacían un hueco en mis encías.

(continuará)

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