
Érase una vez un Ayuntamiento de Logroño que decidió que su arteria principal, la Gran Vía, debía reformarse para dar prioridad en ella a los ciudadanos de a pie. Loable postura, sobre todo para un peatón como yo. Ya puestos, decidieron, en primer lugar, crear un parking subterráneo. Ya puestos a remover la superficie...porqué no ir 15 metros más abajo? Y así nos tuvieron, a todos los logroñeses, durante más de un año con su eje principal de comunicación levantado palmo a palmo. En el fondo, todos los que aquí vivimos sabíamos que dicha calle requería algo más que una manita de pintura...
La
web del Ayuntamiento se apresuró a poenrnos un vídeo-montaje de cómo quedaría la calle meses antes de que finalizaran las obras. A todos nos chocó que lo que antes era una recta se convertiría en una curva, sobre todo a los que somos de letras, pero todo fuera por el bienestar del ciudadano de a pie. Todo era precioso....espacio ganado para los peatones, grandes farolas iluminando el recorrido, una rotonda-salón (sic)....claro está que en dicha representación futurística no se apreciaban determinados
detalles que finalmente fueron determinantes para calificar dicha obra como una de las mayores chapuzas ejecutadas en Logroño en los últimos siglos.

Y, desde luego, se veía preciosa cuando la inauguraron. Habían suprimido sendos carriles laterales, ganando espacio para, sobre todo, las terrazas de las cafeterías del lado norte, aunque aglomerando todo el tráfico rodado en el carril central, el único que sobrevivió a la transformación.
Una fuente en el cruce con Vara de Rey, la mencionada
plaza salón en mitad de la arteria, su curva que antes era recta...todo muy bonito a priori. Pero claro, quedaba
probarla...
Y aquí empezaron los problemas: al margen de la absurda exposicion callejera que eligieron para inaugurarla, plantando docenas de ositos de gominola

gigantes a la salud de la ahora ex-mujer de
Álvarez Cascos, los problemas reales no tardaron en parecer. En primer lugar, la requetemencionada en este artículo
plaza-salón, cuyo nombre sonaba muy bien antes de la inauguración, se convirtió en un agujero negro por las noches, contando como única iluminación los (absurdos) focos fosforito que nacían (y siguen naciendo) de las entrañas del suelo. Además, para los que medimos más de 1,70, el peligro que suponen las incipientes ramas de los arbolillos que allí plantaron, candidatos a sacar un ojo a cualquier peatón.
Claro que lo de la iluminación no se iba a quedar ahí...las imponentes farolas en forma de "Y", denominadas
Yolandas en honor de la mujer del creador del nuevo espacio urbano, no alumbraban una mierda!!!
(continuará, que hay palos para todos...)