Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Esta es una máxima que casi siempre se cumple, como lo hace en el caso de las acampadas del 15M, las denominadas de los indignados. Antes de seguir adelante, debo decir que estoy completamente de acuerdo con todas sus reivindicaciones, con el espíritu de la protesta, de hecho pienso que mucho han tardado ese sector de la población más perjudicado por el desempleo, los jóvenes, en salir a la calle y dar un puñetazo en la mesa. El modo de protesta me parece, además, de lo más acertado, habiendo logrado cobertura y complicidad a nivel mundial. Pero llega un momento en el cual hay que saber decir hasta aquí, ninguna forma de protesta se puede prolongar eternamente.
Y la razón es muy sencilla: lo que al principio resulta conmovedor al común de los mortales, al final puede resultar cansino y tedioso. Ocupar parte de las principales plazas de las ciudades de este país tiene sentido cuando adquiere repercusión mediática, un fin principal de todas las acampadas. Pero dicha repercusión poco a poco se va desvaneciendo, y al final sólo aparecen en portada de los medios cuando ocurren incidentes que nada tienen que ver con el espíritu de la protesta.
El efecto que toda esta gente buscaba está conseguido, que era el concienciar a las personas que otra democracia es posible, pero la prolongación en el tiempo de las protestas puede desencadenar un efecto totalmente inverso. Los comerciantes de las zonas afectadas ya empiezan a estar hartos, muchos de los que originariamente participaron en la protesta en los primeros días han abandonado la misma en unos casos por la politización de la misma, en otros por la aparición de sectores de la población intentando hacer todo tipo de apologías que nada tienen que ver con el sentido estricto de la protesta.
En mi ciudad, Logroño, se celebran la semana que viene las fiestas de San Bernabé, que cuentan con la Plaza del Mercado como centro neurálgico de las mismas. El mercado medieval que año tras año se establece en la plaza en estas fechas se va a ver condicionado por la presencia de las tiendas de campaña con las que tendrán que convivir. Los representantes municipales, que abandonarán el cargo el día 11, se han reunido con los manifestantes de buen rollito, ofreciéndoles incluso la posibilidad de vestirse de época para no desentonar (??). Parece como si la campaña electoral no hubiese terminado...
Hay muchas formas de ejercer presión, y no todas pasan por vivir indefinidamente en una tienda de campaña en mitad de una ciudad. Y creo que es el momento de tomar un rumbo diferente. Hay que aprovechar el espíritu de la convocatoria, y actuar inteligentemente antes de que la misma se les vuelva en contra suyo. Y creo que, como no se den prisa, todo esto caerá en saco roto.
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