Como ya he repetido hasta la saciedad, no daba un duro por la selección española en este mundial de China 2019. De hecho, en mis pronósticos, ni siquiera aparecía entre los cuatro primeros. El ver auténticos equipazos como Serbia, siempre temible, USA, con su equipo C pero repleto de grandes jugadores, Grecia con el MVP de la NBA, Antetokoupo, a la cabeza, Francia con su pléyade de grandes y fornidos jugadores, Australia, repleta de talento, Argentina, con magos del balón como Laprovittola o Facu o misterios de la genética como el gran Luis Scola...acabar entre los ocho primeros, una digna elimianción en cuartos, ya me parecía un éxito.
Y la primera fase del campeonato no hizo sino confirmar mis sospechas: las pasamos putas ante Irán, la selección número 27 del mundo, y se ganó apenas de 10 puntos a Puerto Rico, tras llegar al descanso igualados. Pero no me di cuenta de que los equipos de Scariolo son así. Van de menos, muy menos, a más. No entiendo como a estas alturas puedo llegar a dudar de la categoría del entrenador italiano. Una segunda fase con huesos del calibre de Italia y de Serbia hizo que todos nos diéramos cuenta del verdadero potencial de esta selección, plagada de talento, pero sobre todo, repleta de jugadores que saben a la perfección cuál es su rol dentro del equipo, una plantilla que hasta los defenestrados Colom, Rabaseda o Beirán, cuya presencia ha sido poco menos que testimonial, han sido importantes.
A todo lo mencionado, había que añadir que nuestro líder natural, el pequeño de los Gasol, tras una temporada convulsa, exitosa y agotadora, con anillo de la NBA incluido, asistía a este mundial en la reserva, con sus capacidades físicas al límite. Cualquier otro se hubiera borrado, pero el compromiso de estos jugadores con la selección es único. Y el bueno de Marc, tras un arranque muy titubeante, despejó todas las dudas en una semifinal para enmarcar ante Australia, donde acabó con 33 puntos, 6 rebotes y 4 asistencias, justo cuando más se le necesitaba.
Caprichos del destino, cosas de la competición, el caso es que llegamos a cuartos con un bracket por delante que lo hubiéramos firmado a ciegas hace quince días. Las grandes favoritas, Serbia y USA, iban por el otro lado del cuadro, y a España se le presentaban un potencialmente sencillo partido ante Polonia en cuartos, y un accesible encuentro ante Australia en semis. En esa fase de cuartos, Argentina se folló a Serbia y Francia hizo lo propio con Estados Unidos, dando las grandes campanadas del torneo. La semi ante Australia mostró al mundo que para ganar en baloncesto no es únicamente necesario tener excelentes tiradores, sino que, sin una gran defensa, no vas a ninguna parte. Y España tapó sus pequeñas carencias ofensivas con una excepcional defensa ante los experimentados aussies, pasando a la final tras dos agónicas prórrogas.
Y ya en la final, ante la gran sorpresa del campeonato, Argentina, que se presentaba al torneo sorprendentemente sin ningún jugador NBA pero con un resucitado Luis Scola, que parecía tener 15 años menos de los que pone en su DNI, con un Facu Campazzo ejerciendo de mago del balón, con un sorprendente Gabriel Deck y con un excelente plantel de supuestos secundarios como el gran Nico Laprovittola o Brussino. Pero ahí, en la final, surgió de nuevo la magia, las ganas de ganar de un equipo español que venía de tapadillo, y que acabó llevéndose el trofeo derrotando por 20 puntos a su rival.
Con dos cojones.